
-Edgardo G. y Maribel F., pareja local (se preservan identidades) atravesaron durante la primavera de 2003 la más espantosa situación que el destino les tendría preparada. Esa noche cálida de octubre decidieron salir a pasear por las afueras de la ciudad con su automóvil, un viejo Ford modelo 68. La noche sin nubes y con una brillante luna llena era propicia para llegar hasta la Garganta de los Cóndores, lugar del que ambos disfrutaban a menudo. En un recodo del camino, cuando debían atravesar un pequeño bosquecillo de algarrobos y caldenes de no más de quinientos metros, comenzaron a escuchar un extraño zumbido sobre sus cabezas. Una luz intensa se colaba entre los árboles, como si la luna hubiera comenzado a seguirlos estruendosamente. Al instante percibieron que algo andaba mal. Edgardo aceleró todo lo que pudo al viejo Ford, movido por su instinto de conservación, aunque todo fue inútil. Antes de abandonar el pequeño bosque el auto se detuvo sin que Edgardo pudiera controlarlo. Un grupo de seis o siete seres muy extraños apareció rápidamente junto al vehículo. Los humanoides eran de un metro y medio de estatura promedio, con grandes cabezas verduscas como de reptil, enormes ojos amarillos y se encontraban ataviados con unos brillantes trajes de color metálico, forrado en escamas plateadas. Sin perder tiempo procedieron a tomar prisioneros a los aterrorizados puntanos, a los que llevaron hasta una especie de nave fungiforme que esperaba flotando a poca altura.

Ambos quedaron muy sugestionados, han perdido su vida social y viven prácticamente encerrados en su finca. Como no soportan la presencia de extraños, solo pudimos comunicarnos con ellos a través de medios informáticos.
Aún hoy, a casi 6 años del encuentro, al mirar al cielo por las noches se estremecen de terror.
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